sábado, agosto 06, 2005

Hibakusha



Ya es seis de agosto (aquí y en Japón), día mundial de la sensibilidad antinuclear. Por todos lados se publicita el sesenta aniversario del bombardeo atómico en Hiroshima (y tres días después en Nagasaki); y aquí en Seattle se siente aún más, demostrando los asiáticos que su condición de primera minoría en la zona les facilita ganar en el juego del agenda setting. No pretendía profundizar mucho en el tema, en gran parte por su descontextualizada percepción, pero aquí van algunos comentarios de todas maneras.

Cuestión de números. En aquel entonces se tenía la expectativa de que el ejército japonés pelearía la guerra hasta con su último hombre, tal como lo había demostrado en las batallas de Iwo Yima y Okinawa. Si todo seguía así, una invasión norteamericana en suelo japonés habría implicado la proporción de cuatro muertes a una, colocándose los locales en franca desventaja. Ante este deprimente panorama, poca cosa fueron las cifras de pérdidas humanas en los bombardeos: entre 110,00 y 200,000.

La discusión académica sobre este acontecimiento, desarrollada principalmente en universidades estadounidenses durante estas seis décadas recién cumplidas, resume una crítica interesante: los japoneses veían su situación catastróficamente desesperanzada y por lo cual buscaron una rendición lo suficientemente honorable y decorosa. Se forzó entonces una conjetura lapidaria: tirar la bomba no era necesario, fue una estupidez de parte de un presidente testarudo.

Sin embargo alguno, contrario a lo que se escribe desde los cubículos universitarios, la orden que dio el presidente norteamericano Harry Truman para lanzar las bombas significó una necesarísima salvación: salvación para los soldados que pudieron haberse involucrado en la ya hipotética invasión; para los prisioneros de guerra que no les despegaban el fusil de la cabeza; para las mujeres "comfort" que habían traído desde Corea; salvación para los millones de asiáticos escalvizados por los japoneses. Pero aún más importante fue haber encontrado la salvación para Japón mismo, que dividido políticamente y lacerado bajo los escombros radioactivos, logró reunirse en torno a la endeble legitimidad Emperador Hiroito. Así, suplantando la milenariamente enraizada cultura de masacremos-al-vecino por una mentalidad de franco pacificismo, el -ahora noble- pueblo nipón logró establecer las condiciones de una ocupación bondadosa de los Estados Unidos de América en su archipiélago que años más tarde arrojaría la prosperidad económica que ya todos conocemos y apreciamos.

Desde ahora y desde aquí, sesenta años después, sabemos que aquellos guerreros del Japón no buscaron la rendición absoluta y humillante, sino un final negociado de la guerra que preservara el antiguo régimen y no sólo exacerbara la figura infalible de un Emperador. También conocemos que el comité de guerra de los EEUU en 1945 sabía muy bien que la intimidación (que no la devastación) que causó la bomba era la única manera de hacerle saber a los japoneses que realmente no eran capaces de repeler una invasión en su territorio, y consecuentemente, de orillarlos a aceptar los términos de paz que fueran satisfactorios para los Aliados.

En horabuena, por mayores dosis de anti-americanismo que hoy mismo pueda potenciar aquella fecha, habremos todos de estar agradecidos que fue el presidente Truman de los Estados Unidos de América quien lanzó el bombazo y no Hitler, Stalin, Mao o Ho Chi Minh. Quizá realmente sea esta la verdadera y dura lección que debemos de aprender de los ataques a Hiroshima y Nagasaki, cuyo desconocimiento de parte de muchos pueblos los pone en peligro latente. A continuación integro la layenda-ultimátum contenida en miles de panfletos que el gobierno de los EEUU arrojó desde el aire antes de que se apretara el botón rojo:


TO THE JAPANESE PEOPLE:
America asks that you take immediate heed of what we say on this leaflet. We are in possession of the most destructive explosive ever devised by man. A single one of our newly developed atomic bombs is actually the equivalent in explosive power to what 2000 of our giant B-29s can carry on a single mission. This awful fact is one for you to ponder and we solemnly assure you it is grimly accurate. We have just begun to use this weapon against your homeland. If you still have any doubt, make inquiry as to what happened to Hiroshima when just one atomic bomb fell on that city. Before using this bomb to destroy every resource of the military by which they are prolonging this useless war, we ask that you now petition the Emperor to end the war. Our president has outlined for you the thirteen consequences of an honorable surrender. We urge that you accept these consequences and begin the work of building a new, better and peace-loving Japan. You should take steps now to cease military resistance. Otherwise, we shall resolutely employ this bomb and all our other superior weapons to promptly and forcefully end the war.



ADDENDUM

...for my generation, the Hiroshima and Nagasaki bombings and the war in general now represent the equivalent of a cultural "game over" or "reset" button. Through a combination of conscious policy and unconscious culture, the painful memories and images of the war have lost their context, surfacing only as twisted echoes in our subculture. The result, for better and worse, is that, 60 years after Hiroshima, we dwell more on the future than the past. -- Editorial de Joichi Ito en The New York Times.

3 Comments:

At 9:16:00 a.m., Anonymous Anónimo said...

No hay que olvidar la agonía que han vivido los 120 000 sobrevivientes durante estos 60 años.

 
At 9:53:00 p.m., Blogger Roberto A. Juarez-Garza said...

No la olvido, sólo la obvio. Y son muchos más los agónicos sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial en general. Empero, curioso resulta que hayan sido precisamente ellos quienes mostraron inmediata solidaridad con los familiares de las víctimas del 9/11.

 
At 8:03:00 a.m., Anonymous Anónimo said...

Lo mejor que pudo pasarle al mundo es que Estados Unidos tuviera y usara la bomba antes que cualquier otra potencia en guerra. Imagina que aquel Japón, la URSS o Hitler la hubieran tenido.

 

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